Impulsado por la fuerza de su mente, en la soledad de su
imaginación, con la fe que hace al mortal omnipotente,
sobre la frente del sol, viaja Colón.
Lo acompañan el rebelde, el incrédulo, el valiente;
la esperanza y la desesperación. Los futuros generales,
los caudillos y cardenales, la guerrilla y el germen de
una nación. El plebeyo junto al noble, en el mismo paso
doble, por el oro y la pasión por la Conquista.
Y Colón es su Almirante, y Dios porta el estandarte de
Castilla y Aragón imperialista. Viajan diablos y madonas,
ignorancias y diplomas, idealistas, mercenarios y patriotas.
Inocentes y culpables, ricos, pobres, miserables,
hermanados en su búsqueda de gloria.
Este fué el mejor momento de la gran equivocación.
Cuando, frente a lo imposible, latió un sólo corazón.
Comenzaron apostando al alma, con la esperanza invencible
del que ha sido un perdedor. Terminaron humillando al cielo,
destrozando sus estrellas y orinándose en la luna y en el sol.
La cruz que luego bendijo el genocidio fué la que al principio
habló de amor. La injusticia no termina para el indio.
Cinco siglos no han calmado su dolor.
Negativo y positivo se confunden en la herencia del 1492.
Hoy, sin ánimo de ofensa hacia el que distinto piensa,
conmemoro. Pero sin celebración.
Conmemorando. Quinientos años..